martes, 7 de mayo de 2013

Op Oloop. Juan Filloy


“10 Hs. Sonaron las diez.
Ya había escrito todas las invitaciones. Sólo le faltaba redactar el sobre de la última, para su amigo más íntimo: Piet Van Saal. Pero una fuerza enorme le inhibió. Algo así como dos garras plúmbeas se posaron en sus hombros. Y lo sustrajeron a su empeño.
Permaneció largo rato con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón giratorio. La laxitud parecía hacerle la barba. Después abrió los ojos con dulzura. Y como engañando a la fatiga, lentamente, aproximó de nuevo su busto al escritorio. Miró a izquierda y derecha, lleno de cautela –como quien va a cometer una mala acción y tomó la pluma. Pero no pudo escribir más que la S de Señor. Una ese mayúscula fina y elegante en forma de gancho de carnicería. Y colgó en ella la carne: su cansancio, y el alma: su fastidio.
Op Oloop acababa de convencerse una vez más que no es posible ser traidor a sí mismo. "Domingo: escribir de siete a diez", era la regla. Cuando la vida está ordenada como una ecuación no se pueden saltar las coyunturas matemáticas. Era incapaz de cualquier impromptu allende las normas preestablecidas; aún del levísimo impromptu gráfico de poner el nombre y domicilio en un sobre ya empezado.”


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